domingo, 20 de mayo de 2018

Verticales (2)


Lo vertical subyuga. Fíjate en las ruinas romanas que te traía en la entrada anterior, de una modernidad desconcertante (vamos que despiezas un fragmento y lo llevas a la Bienal de Venecia para colocarlo en plan reliquia arquitectónica junto al de Robin Hood Gardens de los Smithson, y  cuela como de Mies) y una rotunda verticalidad icónica. Dos mil años llevan ahí, que se dice pronto. ¿Aguantará tanto -por poner un ejemplo- el Guggenheim de Gehry?

Estoy leyendo La otra arquitectura moderna de David Rivera. Me lo trajeron los Reyes junto al A Place for All People de Rogers. Me propuse leerlo antes que el de Rogers porque lo adivinaba hueso duro de roer, pero la carne es débil (y más la del no-arquitecto), y tras la risueña horizontalidad del italobritánico bregar con la estricta verticalidad de Rivera me está costando un triunfo y parte del otro. Me decidí a comprarlo tras una crítica de Eduardo Prieto para Arquitectura Viva en la que se mostraba inusualmente entusiasta y porque el Movimiento Moderno siempre me ha llamado la atención, pero no andaba yo muy convencido. Su riguroso lomo negro (que contrastaba con el fucsia del de Rogers) no presagiaba nada bueno. En fin, diré solamente que Rivera no es solo un erudito en su materia y un valiente investigador capaz de poner en solfa a los grandes historiadores de la modernidad arquitectónica, presto a liberar sin tapujos a dicho movimiento de su "largo secuestro doctrinal" (toma castaña) sino que -y es casi lo que más me ha llamado la atención- ha resultado ser un virtuoso escritor: el libro hace gala de un estilo natural, ordenado, formal sin ser pedante y de una apabullante exactitud (especialmente en las complejas descripciones de los edificios), que encima parece fluir sin el más mínimo esfuerzo (ya la querría para mí que escribo con una sintaxis cortocircuitada y sobresaltada, fragmentaria y atropellada, cuajada de distracciones y cambios de rumbo). Botón de muestra: "El ascenso por esta escalera podría traer a la mente el puente de un barco oscilando junto con sus aparejos ante la furia de los elementos. Al llegar al penúltimo rellano encontramos una gran vidriera superior con temas geográficos y marítimos que se despliega del todo ante nuestra vista, adoptando la forma de un tejado tradicional, en este caso de cristal, plegado de diversas maneras y disparado en ondas sucesivas hacia los lados más estrechos, donde parece abrirse paso por entre dos grandes cubos blancos desnudos que irrumpen en el patio. Se trata de un espacio casi religioso, inundado de luz cenital, lleno de efectos sucesivos y de vistas superpuestas, al mismo tiempo solemne y dinámico....". Señores, esto es literatura pura y dura. Rivera está describiendo el interior de la Scheepvaarthuis en Ámsterdam (1916) de Van der Mey, De Klerk y Kramer, magnífico edificio reconvertido por cierto en hotel de película (habrá que ahorrar). En fin, que la narrativa en español ha perdido a un escritor portentoso, qué le vamos a hacer. Ciñéndonos a lo estrictamente arquitectónico, decir que el libro ha desmontado de cuajo el esquemilla que tan ricamente se había apañado al respecto de la modernidad un servidor de usted (al parecer no soy el único), y que tan bien describe Goldberger en el prólogo: aquí no hay "héroes" (los arquitectos modernos "cargados de virtudes y en posesión de toda la verdad moral") ni "villanos" (arquitectos reaccionarios que se apegaban, tan rancios ellos, al pasado), sino que la realidad es mucho más compleja. Pues eso, se sufre pero se aprende, aunque en estos momentos la empanada que tengo sobre el tema es de dimensiones cósmicas. Paciencia.

Pero prosigamos, mi querido lector, con el tema del día: la verticalidad. Andaba yo contrito con mi empanada moderna a cuestas y me topé al hilo del los cincuenta años del mayo del 68 con un artículo de Fernández-Galiano, con curioso título en inglés (Forget 68, remember 73) que me dispuse a leer. Oh My God. Don Luis suele mostrar una deferencia horizontal en sus escritos (y una sintaxis más peleona que la de Rivera, trasunto acaso de una potente retranca), pero aquí habrá dicho, oye, vamos a mostrar músculo, que para eso lo tenemos. No sé si llegué a reconocer el 20% de los nombres, conceptos y tendencias que se mencionan en el apabullante ensayo. Tremendo. Me quedo con la anécdota superficial: por aquel entonces el hoy catedrático de proyectos andaba sacándose los A-levels en Bristol en un colegio interno a cargo de un almirante cuyo solo nombre ya amedrenta (sir Desmond Hoare) con 190 alumnos más y resulta que nuestro adolescente don Luis hizo junto a otros dos estudiantes una suerte de manifiesto reflejando el espíritu libertario del momento. El almirante entró en marcial cólera y ahí acabo el conato. Poco después en Madrid, ya en la facultad de arquitectura, Javier Carvajal, recién conseguida su cátedra de proyectos con 39 años y arquitecto de la muy vertical  y muy moderna Torre de Valencia en Madrid, advirtió a los alumnos ante cualquier deriva "revolucionaria" de una manera más sutil que el almirante pero seguramente tan efectiva: les dijo que si no se dedicaban a jugar, como sus colegas franceses, a marxistas de salón y progresistas a la violeta, acabarían teniendo, como él, "un traje blanco y un deportivo rojo".

La verticalidad es molesta. Frustra porque nos pone en nuestro sitio, deja en evidencia nuestra ignorancia, pero es ella la que nos hace aprender, la que nos invita a superarnos en una época en la que el esfuerzo es tabú y la mediocridad campa por sus fueros. El problema quizá de la verticalidad -intelectual y arquitectónica- es la tentación del ensimismamiento y la vanidad (aunque la horizontalidad también puede caer en ella: la ignorancia es muy cretina). Recuerdo ahora la reseña que Rowan Moore hizo ya hace algún tiempo del libro de un tal Tom Dyckhoff de título The Age of Spectacle (La edad del espectáculo)volvemos a la ventana indiscreta de Loos, en el que se da cuenta del nacimiento del "iconic landmark", el rascacielos, epítome de la verticalidad que Moore considera fenómeno arquitectónico de nuestra época, tan a gusto con el exhibicionismo: "Como Dyckhoff señala, la arquitectura icónica es el resultado de una economía globalizada y dirigida por el mercado en la que son las grandes constructoras y no los ayuntamientos las que conforman el diseño de las ciudades. Las ciudades y sus grandes proyectos inmobiliarios deben competir por la atención de inversores y consumidores, así que, como en los ritos de cortejo de las aves exóticas, deben exhibirse cada vez con mayor elaboración. No importa si lo extraordinario se convierte en normal: esta desventaja sólo alimenta la hiperinflación de la iconicidad". 

Bueno, pues ya hemos jugado bastante con el sonajero hoy. Llegados a este punto decir que (una vez más) no sé cómo salir del jardín en el que me he metido con una conclusión digna. Quizá diciendo que verticalidad y horizontalidad se necesitan una a la otra, la primera para no acabar en torre de marfil alienada, la segunda para ser menos mediocre. La foto de arriba es de una torre académica de postín en Harvard (el Holyoke Center) de José Luis Sert, otro moderno peculiar.

sábado, 12 de mayo de 2018

Verticales


Más ventanas

Los enigmáticos restos de Centum Cellas...


sábado, 5 de mayo de 2018

Delitos y faltas



Pues el autor de esta peculiar vivienda no es otro que Adolf Loos, arquitecto al que el Caixaforum de Madrid está dedicando una interesante exposición donde la he descubierto. El proyecto de 1927 como te decía nunca vio la luz y fue diseñado para Josephine Baker, la bella bailarina americana más tarde nacionalizada francesa que hizo furor en Europa con sus bailes alocados y desinhibidos convirtiéndose en musa inmediata de no pocos artistas de vanguardia que veían en la llamada Venus de Ébano la perfecta encarnación de los Années folles (o Roaring Twenties). Calder hizo una escultura de la bailarina con alambre, Matisse un recortable que colgó en su cuarto, Leger la presentó a los surrealistas, Cocteau diseñó escenarios para ella, Le Corbusier le escribió un ballet (y la pintó en varias ocasiones). Por cierto que como es bien conocido Le Corbusier la conocería a bordo de un transatlántico rumbo a Brasil allá por 1929 y quedaría completamente prendado de ella (también se ofreció a hacerle una casa). Hay fotos de las locas fiestas de disfraces a las que acudieron juntos.

Loos la había conocido poco antes en una fiesta en París, había visto sus actuaciones, y como es obvio también quedó obnubilado con la artista y sus bailes deconstruidos, así que ni corto ni perezoso le proyectó la casa que hoy traemos a este tu blog a iniciativa propia, una vivienda que parece romper completamente con sus postulados estéticos, quizá algo trastocados tras diseñar otra, esta sí construida, para Tristan Tzara, padre del Dadaísmo. Supuestamente Loos (y digo supuestamente porque intentar comprender la arquitectura moderna en general y a Loos en concreto es chungo de narices), sería el primer moderno, precursor de Le Corbusier en su defensa de una arquitectura que quedara completamente desprovista de ornamento (en un viaje a Grecia habría quedado prendado de la arquitectura vernácula helena de cubos blancos), por no hablar de su famoso ensayo Ornamento y delito. Aquí sin embargo vemos una desconcertante fachada proyectada en mármol a franjas blancas y negras que quién sabe si quiere hacer referencia al trémulo (y mucho nos tememos vano) deseo de Loos de interactuar con la afroamericana en una simbiosis sin fin. Por cierto que hay quien ve en el disfraz de Le Corbusier en la fiesta que te he comentado (observa en la foto que lleva una camiseta de rayas blancas y negras), una referencia burlesca al proyecto de Loos. Lo del cilindro tiene también su cosa. De nuevo Loos pasa olímpicamente de la obsesión moderna por el ángulo recto para incorporar en un lateral de la casa diseñada acaso en tórridas noches de febril insomnio un volumen curvo que bien puede recordar a Rossi. Si a eso le sumamos el pedazo columna dórica que presentó como diseño para el Chicago Tribune en 1922, apaga y vámonos. A ver si más que un premoderno Loos va a ser un prepostmoderno.

Lo de la piscina con ventanas merece párrafo aparte. Si nos atenemos a una explicación puramente arquitectónica, como corresponde a un blog serio y documentado, podríamos argüir que las ventanas indiscretas responden a un deseo de llevar al extremo la famosa teoría loosiana del Raumplan que no es otra cosa que la eliminación de los tabiques internos de la vivienda dando lugar a un espacio continuo, sin trabas ni limitaciones acorde además con unos tiempos que postulaban la eliminación de corsés reaccionarios, la liberación freudiana de nuestro yo más oculto y el rechazo a la separación de clases. Lástima que este blog no sea ni serio ni documentado, así que nos decantaremos por un relato  más sinuoso. Para mí (y para Beatriz Colomina, que conste), Loos monta un acuario humano que permitiera un descarado peep-show para su propio disfrute de la diva americana, gran amante de la natación. Baker, probablemente entre divertida y sonrojada, declinó esta desquiciada declaración de amor fou, seguramente porque entendió que la casa la cosificaba (ya del todo). En su lugar elegiría para vivir una casa bastante distinta, donde se retiraría tras trabajar para la Resistencia francesa (fue condecorada con la Legión de Honor), defender los derechos civiles de los afroamericanos y adoptar a doce niños de diferentes credos y nacionalidades (la "tribu del Arco Iris"), demostrando que era mucho más que un bonito objeto de exposición para calenturientos artistas.

En todo caso la sociedad del espectáculo acababa de empezar. Hoy ya vemos normal (e incluso imprescindible) exponernos físca y virtualmente, y la arquitectura, siempre en pos del dichoso Zeitgeist, busca con ahínco las transparencias. Fíjate como comienza Oliver Wainwright su reseña de lo último de Koolhaas, otro gran nadador (las piscinas suelen aparecer en sus libros, seguro tendría mucho que decir sobre este proyecto de Loos), un bloque cristalino de múltiples usos que se eleva desordenadamente sobre una calle de Copenhague: "Un danés musculoso se cuelga de una barra de dominadas en el segundo piso del nuevo Centro de arquitectura danés, su abultado cuerpo tensándose frente a la ventana mientras los visitantes ascienden las escaleras para ver una exposición de diseño de interiores. En otra ventana cercana un grupo de innovadores urbanos dirigen una reunión en una habitación forrada de moqueta mientras que en el piso de arriba los comensales se sientan para desgustar el salmón ahumado preparado por el cofundador de Noma, visibles desde las terrazas de unos áticos de lujo".

La casa para Josephine Baker, bellísima, es, junto a la villa Müller de Praga, al fin moderna (también por cierto esconde juegos panópticos), el canto del cisne de un arquitecto ya en pleno declive profesional, físico y moral. Moriría cinco años más tarde a la edad de 62. Su tercera esposa (34 años más joven que él) asegura en un libro de memorias sobre el arquitecto de Brno que Baker le habría enseñado a bailar el charlestón. Algo es algo.