domingo, 4 de marzo de 2018

Dos torres

No, no vamos a hablar de El señor de los anillos, sino de dos torres últimas y antagónicas que nos han llamado la atención.


La primera es tan última que de ella solo está la primera piedra y los cimientos, y porque se han reutilizado los que ya se habían construido para soportar el Centro de Congresos diseñado por Mansilla y Tuñón en forma de disco (sol naciente era su nombre) para Madrid  justo detrás del complejo de las Cuatro Torres, proyecto finalmente desestimado porque el ayuntamiento no podía hacer frente a su coste, 300 millones, los mismos que va a costar la angulosa torre que puedes ver en el rénder. Es de agradecer que esta inmensa cicatriz haya sido al fin suturada, como ha señalado el concejal de urbanismo de la capital, esta vez por iniciativa privada: el grupo Villar Mir, que también estuvo detrás de la cuarta torre, la diseñada por Pei, el arquitecto de la pirámide cristalina del Louvre que por cierto aún sigue teniendo tirón mediático (se acaba de usar para promocionar el recién lanzado DS7). Decíamos en la anterior entrada que el estilo internacional era ya algo del pasado, pero mira por dónde  los arquitectos de la nueva torre (Fenwick Iribarren) mencionan como referentes a la torre Hancock en Chicago de SOM y a Mies van der Rohe sin el más mínimo empacho. Tiene forma de T invertida, en el estilizado slab vertical que sobrepasará los 160 metros (menos alta de todas formas que sus vecinas) se alojará una universidad privada, mientras que el alargado zócalo que le sirve de base albergará un centro de medicina deportiva. El proyecto se complementa con unos jardines que pretenden dar vida al entorno en línea con la blue architecture, un concepto ideado por Fenwick Iribarren, estudio experto en centros comerciales y estadios. La nueva torre, por cierto, se llama Caleido.¿No hay quinto malo? Tú mismo.


La segunda torre que te traigo, acabada pero aún sin inaugurar, culmina la Fondazione Prada en Milán y es de OMA. En busca de una forma icónica que añada aún más contraste al batiburrillo formado por los diferentes pabellones de la antigua destilería, Koolhaas, como Fenwick Iribarren, parece haber tomado como referente las formas modernas (su torre es para más inri blanca nuclear) para a continuación, a diferencia aquí del respetuoso estudio madrileño, dedicarse a dar tajos con una saña que solo puede ser edípica al bloque rectilíneo hasta dejarlo mirando a Cuenca (no es la primera vez). La perspectiva cambia según desde donde la mires (tenemos por tanto cuatro torres en una) y cada planta es también dispar en dimensiones y altura. Se trata, lo dice el propio Koolhaas, de crear inestabilidad, en línea con su cruzada personal contra la comodidad excesiva y la aversión al riesgo que caracterizan al primer mundo. Más aquí.

Entre el exorcismo exacto -y algo macabro- del Movimiento Moderno y su aggiornamento cínico, ¿con qué torre te quedas tú?

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