domingo, 21 de enero de 2018

El palacio irreal (2)



Prosigamos ya con la historia del insólito palacio de Ayete, que también dará que hablar durante la pasada centuria en algunos casos por sucesos harto bizarros. Pero tiempo al tiempo, no adelantemos acontecimientos. Nos habíamos quedado a principios del siglo XX cuando fue adquirido por los condes de Casa Valencia, al año siguiente (1913), como también apuntábamos, encargaron su ampliación a Juan José Gurruchaga, quien añadió dos cuerpos laterales que le sientan como un guante, el edificio queda equilibrado y nadie diría que se trata de un añadido posterior. En fin, ya dijo Edwin Lutyens que no podía haber gran arquitectura sin grandes clientes (él lo sabía bien: diseñó Nueva Delhi -su estatua es la única de un europeo que se conservó en la India tras su independencia- y por iniciativa de una de las bisnietas de la reina Victoria como regalo para la reina María, esposa de Jorge V, construyó una impresionante casa de muñecas allá por los primeros años 20, verdadera obra de arte en la que intervinieron más de mil artesanos e incluye tuberías por las que circula el agua, ascensores que funcionan, luz eléctrica o una biblioteca que contiene 700 libros en miniatura para la que escritores como Kipling, Thomas Hardy, Somerset Maugham, J.M. Barrie o Conan Doyle contribuyeron con obras originales -Doyle por ejemplo, harto a esas alturas ya de Holmes, hizo un relato parodiando al famoso detective. Sí, ya se que todo esto está algo cogido por los pelos pero acabo de descubrir el dato en el delicioso blog Postales inventadas así que voy y lo planto, qué pasa. Por cierto Lutyens también trabajó en España: realizó reformas en el Palacio de Liria de los duques de Alba).

Pero volvamos a Aiete. Entre fiesta y fiesta, partidos de lawn-tennis, novedoso deporte practicado por aquel entonces solo por la aristocracia, y eventos en plan Gran Gatsby fueron pasando los años sin sentir. Y sin embargo el siglo XX había comenzado una poderosa revolución cultural y social que no dejaría títere sin cabeza. Al mismo tiempo que la pintura (mandando la figuración a tomar viento) y la literatura (experimentando como nunca antes con el lenguaje) se dedicaban sin tregua a descomponer la realidad reflejando la fragmentación del mundo decimonónico violentado por la brutal primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, los avances tecnológicos y las nuevas demandas de una clase trabajadora que no se dejará ya nunca más domeñar, la arquitectura en la misma línea dinamita los estilos en boga abogando por edificios desprovistos de todo ornato (fíjate la cara que se le quedó a Alfonso XIII cuando visitó el extraterrestre Pabellón alemán de Barcelona de 1929 a  cargo de Mies van der Rohe) en lo que se dio en llamar el Movimiento Moderno. En España estuvo representado por el GATEPAC o la generación de 1925 en Madrid (que Fernández-Galiano preferiría llamar del 27 para equipararla con la igualmente vanguardista generación literaria y porque además algunas de sus obras más señeras, como la recuperada Estación de servicio Porto Pi de Fernández-Shaw, se levantaron dicho año) sin olvidar a los donostiarras Aizpurua y Labayen, que en la ciudad del palacio de Ayete diseñan el Club Náutico, todo un monumento a la modernidad que visitó el propio Le Corbusier (y que posiblemente influyera en otros edificios de la ciudad). El Movimiento Moderno no solo va a modificar radicalmente el exterior de las viviendas sino también su interior reflejando la profunda revolución social que se está viviendo. Frente al jerarquizado mundo de Arriba y Abajo, la mítica serie británica (Downton Abbey bien podría considerarse su secuela), las nuevas viviendas racionalizan su distribución interior, siendo la principal innovación la cocina. Eliminada la servidumbre, y rescatada por tanto de los infiernos ignotos de la mansiones solariegas, la cocina es objeto de sesudo estudio de publicistas como la americana Christine Frederick, que aplicó los principios de Frederick W. Taylor sobre la organización científica del trabajo en el diseño de la cocina moderna o la arquitecta austriaca Margarete Schütte-Lihotzky, quien diseñaría la famosa Frankfurter Küche, ya completamente actual en 1926, lo que convertiría a la arquitecta vienesa en un "mito vivo" (en palabras de nuevo de Fernández-Galiano) gracias también a una tenaz trayectoria revolucionaria  en lo político que le llevaría hasta la militancia urbanística en la Unión Soviética de Stalin.

Regresemos al fin a Ayete (qué disperso estoy hoy).  El cuanto de hadas acaba con la Guerra Civil. Dos hijos de los Alcalá Galiano mueren ejecutados en las matanzas de Paracuellos del Jarama, y Ayete, en manos San Sebastián de las fuerzas golpistas desde muy pronto, se reforma para convertir el palacio en cuartel de mando militar (aunque nunca llegara a utilizarse). Acabada la guerra, en julio de 1939, el Conde Ciano, ministro de exteriores de Italia y yerno de Mussolini, acudió a San Sebastián camino de Santander (ya hablamos de él cuando descubrimos su rastro en el balneario de Corconte) para encontrarse con Franco. El dictador fue alojado por primera vez en el palacio, donde recibió al italiano. Observa esta foto de una revista italiana donde aparecen ambos en el interior del edificio (Franco, quién lo diría, parece no haber roto un plato en su vida). Y ahí empieza el idilio del dictador con Ayete, que se convertiría en su residencia oficial durante 35 veranos nada menos tras arrebatársela el ayuntamiento a los Alcalá Galiano por una cantidad ridícula (alegando que si no accedían a la venta debían pagar los gastos ocasionados por el acondicionamiento de la propiedad durante la Guerra Civil), según cuentan Lola Horcajo y Juan José Fernández en Villas de San Sebastián II. En o desde Ayete Franco reunía a su consejo de ministros, recibía embajadores, lucía su Guardia Mora, navegaba en el famoso yate Azor, partiría para su encuentro con Hitler en Hendayasufriría el atentado que más cerca estuvo de tener éxito y elegiría a los denominados Cuarenta de Ayete, consejeros del Movimiento con los que quería asegurar la permanencia del régimen (el famoso"atado y bien atado"). La elección fue (por fortuna) hecha con los pies, porque a poco de morir el dictador dicho Consejo se pasaría por el forro los principios franquistas dando paso a Adolfo Suárez (y pasando del Movimiento a la Movida)


En 1977, dos años después de la muerte de Franco, y tras más de un siglo desde su creación, el jardín de Ayete se abre al fin al público. Desconocemos si la población lo invadió jubilosa tras haber recuperado el bello espacio largo tiempo vedado o le dio la espalda por el hedor a fascismo que desprendía la finca, herencia de los 35 años de presencia continua del dictador. A su vez el palacio, que nunca se abrió al público, quedaría en pleno furor democrático abandonado a su suerte, absorto en lo alto de su mágica montaña, ensimismado en su lánguido declive. En los 80 se le realizó una cuidadosa restauración a cargo de Francisco Aranaz  y se intentó devolverle parte de su antigua gloria decimonónica dedicándolo a residencia ocasional de algún que otro actor de prestigio venido a la ciudad para el Festival de Cine. Villas de San Sebastián II menciona la visita de Gregory Peck, pero curiosamente omite la de otro actor no menos famoso, Anthony Quinn, que se alojó en el palacio en 1981. Algo extraño sucedió la noche que pasó en Aiete el protagonista de Zorba el griego. Según relatara más tarde, fue "la noche más terrorífica de su vida". Al parecer había escuchado durante toda la noche un "trasiego fantasmal" y extraños ruidos que le impidieron pegar el ojo y le hicieron huir despavorido a primera hora de la mañana. Encargados del mantenimiento del palacio y trabajadores en las obras de restauración mencionan fenómenos similares. Quién sabe si Franco, prendado de Ayete, quedara al cabo prendido en él. Y el 81 (el año del golpe fallido del 23-F) fue  un mal año para los nostálgicos, tanto reales como espectrales... Hasta el Diario Vasco, un medio serio, se ha hecho eco de la historia, llegando incluso a preguntar a los arquitectos del estudio Isuuru, que llevaron a cabo una reciente remodelación que en seguida relataremos, si fueron testigos de algún fenómeno poltergeist. Los arquitectos dieron la callada por respuesta, lo que es interpretado desde el periódico como un "no rotundo". Pero ¿no se dice que el que calla otorga?

O sea, que tenemos un edificio estigmatizado y olvidado, un icono maldito contaminado por la mala memoria que, para colmo, tiene fantasma chusco. ¿Qué hacer con semejante elefante blanco? Odón Elorza, alcalde donostiarra durante 20 años y ahora diputado en Madrid (aunque aún se le puede ver montando en bici por los bidegorris de Riberas de Loyola, su impoluta calva desafiando al viento) tuvo una gran idea: era necesario un exorcismo arquitectónico. Y en el palacio se implantó la Casa de la Paz y los Derechos Humanos, al objeto de acoger iniciativas dirigidas a extender la cultura de la convivencia (algo también muy necesario en una región tan castigada por el terrorismo), encargándose de la remodelación del edificio el estudio local Isuuru. El entonces lehendakari Patxi López lo inauguraría el 2 de septiembre de 2010 resaltando la intención de sugerir "una metáfora perfecta del triunfo de la democracia sobre la dictadura, de la libertad frente al totalitarismo de antes y de ahora, de la paz frente a la sinrazón". Los arquitectos también realizarían bajo tierra en la ladera norte (replicando acaso la gruta de Combaz en la ladera sur) una alegre biblioteca y casa de cultura cuyas fotos ilustran la entrada de hoy y que ha traído nueva vida a los pies del adusto palacio. La intervención (que cuesta 3,5 millones, 2 pagados por el Gobierno Vasco y el resto por el Gobierno central) es criticada por los autores de Villas de San Sebastián II, para los que "altera un preciado patrimonio de la ciudad". Isuuru, en su página web, se defienden citando nada menos que a Leonardo Benevolo, el gran crítico italiano (fallecido el pasado año): "conservar un edificio significa contener las transformaciones -potencialmente ilimitadas- en los límites a partir de los cuales perdería su naturaleza esencial" (más equilibristas...). Despedimos la entrada deseando que Ayete, desprendido al cabo de sus fantasmas, rodeado de pequeños (y grandes) pacíficos lectores, descanse al fin en paz.



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