sábado, 9 de septiembre de 2017

Los Beatles de la arquitectura

Bad boys a punto de liarla parda

Hoy te planteamos otro reto, pero este está tirado, que septiembre siempre es un mes muy chungo (mayormente este, preñado de marejadas ciclónicas, huracanes y terremotos de toda índole), y no está el horno para repostería. A ver, ¿quiénes son los jóvenes arquitectos de arriba y dónde se hallan encaramados? Vaya por delante que la foto es de 1974. El primero, que por aquel entonces tenía un aire a uno de los hermanos Calatrava (si tienes cierta edad sabrás que no me refiero precisamente al arquitecto valenciano) es hoy casi clavado a Antonio López, nuestro famoso pintor y escultor. A sus 84 le sigue gustando vestir con colores exacerbados. El segundo, el de la barba que hoy provocaría no poca alarma social, es "un arquitecto gótico y romántico, náutico y artesano, aquejado de unas insólitas preferencias cromáticas y de un populismo contracultural extrañamente superviviente (...) un arquitecto de catedrales aéreas, aves de metal y máquinas vivas", tal y como lo describía, allá por 1994, el one de la crítica arquitectónica en español. Lo de las "insólitas preferencias cromáticas" (como el otro), lo observamos ya en ese paraguas multicolor a juego con la bufanda del primero que, en pose Mary Poppins, enarbola en la foto. Paraguas multicolor y premonitorio. Y es que cuando acaben el edificio una tierna anciana en shock propinará un buen paraguazo al de la bufanda cuando se entere que es autor de semejante inmueble, descrito por el mismo arquitecto en una reciente entrevista como "un cruce entre el British Museum y Times Square" (más lo segundo que lo primero ciertamente).  En siete años sólo recibirá dos críticas positivas en prensa. De todas formas teniendo en cuenta lo bucaneros que ambos arquitectos eran, me da que disfrutarían lo suyo con el follón. Y es que, como el barbado decía recientemente en una entrevista, por aquel entonces ellos eran como los Beatles e iban de bad boys de pacotilla. Por cierto que esta máquina alegre (como la describe el one) que les haría famosos para siempre fue seleccionada por un jurado estrella compuesto nada menos que por Jean Prouvé, Oscar Niemeyer y, ojo al dato, Philip Johnson, sí, el mismo Johnson que comisarió la exposición sobre arquitectura moderna en el MoMa de 1932 como comentábamos en la entrada anterior y que sería principal valedor de Mies en América. Pues aquí le vemos, al muy judas, asestando el clavo final sobre el ataúd del alemán, su cadáver aún caliente por aquel entonces, dando la puntilla al movimiento moderno que él mismo había ayudado a encumbrar. El camaleónico Johnson, el David Bowie de la arquitectura (autor, por cierto, de las madrileñas Torres Kio), siempre arrimado al sol que más calienta.

Eso de nadar y guardar la ropa no iba con esta pareja, especialmente el primero, que se pasaría una noche en un calabozo en San Sebastián por bañarse en pelota picada en la Concha durante un viaje adolescente. Cualquiera que conozca el lugar entenderá al joven al recordar la primera vez que vio ese escenario irreal, operístico y gótico en el que el mar penetra impune la ciudad y subyuga al incauto viandante con telúrica furia. Nuestro protagonista, como el Stephen Dedalus de Retrato del artista adolescente, que quizá había leído (Joyce enseñó inglés a su madre) a lo mejor sufrió una epifanía ante la visión, sintiendo la urgencia de una fusión háptica con el mar sin intermediarios textiles. Pero claro, explícale eso a un guardia civil de 1950.

El segundo de abordo (el del paraguas) está ahora mismo en el candelabro en nuestro país por una obra cántabra que es descrita, de nuevo por el one, de esta certera, enjundiosa y hasta un punto tórrida guisa (no se puede pedir más a una crítica): "Lejos de percibirse como un obstáculo, el nuevo edificio se deja penetrar bajo su vientre cerámico, permite subir a sus espaldas de vidrio y autoriza a colocarse sobre él, disfrutando de las vistas y las brisas en sus cubiertas naúticas". Atención que va la última pista. En recientes entrevistas para diferentes medios ambos curiosamente describen su relación como de hermanos. Cuando el barbado visita Londres, siempre se aloja en la casa del primero. Y sin embargo tras finalizar el edificio parisino que nos ocupa ya no volverían a trabajar juntos. ¿Lo tienes?

Pues claro que es el Pompidou, y ellos son, por orden de aparición en la foto, Richard Rogers y Renzo Piano. El one, quién si no, es Luis Fernández-Galiano, que entrevista in person a Piano en su estudio en Génova para el último número de AV que se centra en la obra del italiano desde 2000. Para la entrevista ambos se sientan en las famosas Lounge Chairs de los Eames, los mismos sillones que don Luis utiliza para las entrevistas con arquitectos españoles editadas en DVD por Arquia ¿Será simple casualidad o es que Arquia ha iniciado la grabación de una serie de entrevistas del catedrático con arquitectos internacionales utilizando el mismo formato que los editados ya, y del que la charla publicada sería un anticipo... ?  La otra entrevista (en este caso a Rogers) que menciono es de The Guardian, y se realiza con ocasión de la publicación de un libro de memorias llamado A Place for All People lleno de curiosas anécdotas (el Pompidou protagoniza uno de los capítulos más extensos). Hasta el mismísimo Jonathan Meades se ha dignado hacer una reseña del libro, también en el periódico británico. A no ser que tengas un nivel C9 en inglés no te la recomiendo (tú mismo). Este hombre yo creo que escribe para él mismo y dos iluminados más.

En dicha entrevista Rogers dice que hoy en día no se le ocurriría hacer el Pompidou (es el titular del artículo), y que no deja de ser el trabajo de dos arquitectos jóvenes e ingenuos que no sabían lo que se les venía encima. ¿Está renegando de su obra? Habrá que leer el libro sin falta. Es un edificio difícil de digerir, la verdad. Hay que valorarlo, como ya todos sabemos, como una expresión arquitectónica de mayo del 68, una época de rebeldía contracultural en una ciudad en el que había, lo dice Piano en AV, un exceso de memoria: "París era una ciudad con mucha memoria y quisimos hacer saltar todo por los aires". Había que derribar las imposiciones imponiendo algo nuevo. Lo mismo que el Pompidou, un edificio que se impone con furia salvaje a un barrio profundamente tradicional que es incapaz de asimilarlo (qué distinto al Centro Botín). ¿Cómo lo valorará la crítica dentro de 100 años? ¿Como un logro arquitectónico que ofrece una nueva forma de entender un museo (y un edificio) dando protagonismo a la experiencia del visitante o como una máquina absurda y alienada que no construye ciudad, más bien la destruye con saña, broma pesada diseñada por unos Bobos (acrónimo inglés de burgueses y bohemios) idénticos por cierto a los que protagonizaron las algaradas, capaces de elaborar fantásticos castillos en el aire (al calor de un estado de bienestar que paradójicamente les había convertido en unos niñatos inmaduros, egoístas y malcriados) pero a la postre incapaces de dar solución a problemas reales (¿te suena?)? ¿Dónde están hoy esos jóvenes? ¿A qué se dedican? ¿Qué y cómo construyen ahora Piano y Rogers? Hoy no me gusta el Pompidou. Será que me estoy haciendo viejo, que sigo bajo la influencia de la biografía de Mies o que este septiembre viene muy chungo.

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