sábado, 29 de abril de 2017

Lecciones

Atención pregunta...

Hoy toca examen sorpresa. Ya me vas mirando estas maquetas y diciéndome de qué y de quién son. ¿Cómo? ¿Que hala qué difícil? Por favor, qué poco espíritu. En fin mira, como estamos de puente y tal, me pillas generoso y te voy a dar una pista (como si la torre no fuera ya suficiente) en forma de cita, de ese libro al que llevamos ya varias entradas recurriendo (Hambre de arquitectura de Santiago de Molina), y que seas o no arquitecto, incluso si la arquitectura te da igual, deberías leer porque en él encontrarás inestimables lecciones de vida, como esta misma, de sobra conocida pero sistemáticamente olvidada:
"'El arquitecto no hace él solo ni la caseta del perro', decía Javier Carvajal. Ambas fórmulas encierran una verdad acuciante: por mucho que algunos de los protagonistas de la arquitectura de todos los tiempos hayan aparecido ligados a la historia con sus nombres bramantes y poderosos, erguidos frente al mundo como monumentos al genio creador, solos no habrían construido ni un refugio de podencos. Ni Palladio, ni Fischer von Erlach, ni Loos, ni Koolhaas, ni, mucho menos, Le Corbusier.(...)
El papel del arquitecto se halla entre engranajes cada vez más complejos y hace depender su labor de una especial forma de diálogo. Nada está ya supeditado a su voluntad, ni acaso a la de su cliente o a la de los participantes de la obra, sino a la pura y simple consecución coherente de algo superior. Poco queda del arquitecto como general al mando de un ejército. Poco de aquel arquitecto-director de una cacareante orquesta. Poco depende ya la arquitectura de un arquitecto que mande, organice o dirija, porque al mando de todo se encuentra, siempre fue así, la Arquitectura. Y es sabido que de no obedecer sus órdenes calmas, por mucho que se la conjure a gritos, no hará acto de presencia". 
 El autor del proyecto de las fotos es un arquitecto por encima de todo fiel a su disciplina que incluso en mitad del fragor de la arquitectura espectáculo luchó a brazo partido por hacer una arquitectura que pasara desapercibida y se pusiera con humildad al servicio de la ciudad. Una arquitectura que vista desde el exterior puede resultar decepcionante, especialmente en foto, acostumbradas como están nuestras retinas a los edificios bramantes de arquitectos alfa que tan bien quedan en las revistas. Pero entra. Tiene este señor que hoy nos ocupa, por poner un solo ejemplo y de una obra menor, una iglesia que en su anodino exterior parece un copia y pega descarado de Siza, pero basta cruzar su umbral para que hasta el más recalcitrante ateo se sienta de inmediato en paz consigo mismo y con el mundo y entre en un estado de recogimiento casi místico.




¿Ya caes? Pues claro que es Moneo. Y el de arriba es un proyecto que realizó a finales de los 60 para el ayuntamiento de Ámsterdam que quedó finalista. Está expuesto, junto con el resto de sus obras, en la retrospectiva que puede verse estos días en el Thyssen, edificio que él mismo remodeló para convertirlo en museo.

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