sábado, 11 de junio de 2016

Brick England

¿La Tyrell Corporation? No, la ampliación de la Tate Modern

Brick England es el título de la última canción de Pet Shop Boys en colaboración con Jean Michel Jarre, quien en el álbum Electronica 2: Heart of Noise al igual que en su predecesor, Electronica 1:The Time Machine, se ha puesto ha trabajar con viejas y no tan viejas glorias de la escena electrónica para delicia de los aficionados al género. Hay temas con Moby, Edgar Froese de Tangerine Dream (poco antes de fallecer), Armin van Buuren o Hans Zimmer, esperamos en una tercera entrega encontrar colaboraciones con Kraftwerk o Vangelis, verdaderos pioneros de los sintetizadores (aunque precisamente por ello no deberíamos hacernos muchas ilusiones). Como curiosidad, decir que en dicho álbum colabora también Edward Snowden cuya voz distorsionada hace un alto en un tema endiabladamente rítmico (Exit) defiendiendo claro está la transparencia informativa como virtud indiscutible. Volviendo al tema de los PSB, un anthem tan del gusto del veterano grupo, cito, y aquí enlazo, el estribillo: Walls, rise and fall / And now that buildings talk  / In the city / Brick England, y es que lo mismo estaba el dúo pensando en la pirámide retorcida (la ampliación de la Tate Modern) que Herzog y de Meuron están a punto de estrenar, el 17 de éste, en la ciudad del Támesis, un edificio soberbio y enigmático que ciertamente eleva sus potentes muros de ladrillo industrial hacia el cielo de Dickens y habla desafiante a un entorno de viviendas y oficinas de lo más posh

Con esta suerte de Estrella de la Muerte facetada y opaca, los suizos vuelven a la Tate dieciséis años después de haber remodelado el edificio original, una central eléctrica diseñada por Giles Gilbert Scott (autor de la otra gran estación eléctrica londinense, la de Battersea, o de las famosas cabinas telefónicas rojas) que les condujo derechos al estrellato arquitectónico con un respetuoso proyecto, muy discutido en plena pujanza del efecto Guggenheim, que por fuera apenas variaba los lacónicos volúmenes de la central pero que supuso un éxito de público tan rotundo que gentrificó hasta límites exorbitantes el modesto barrio (Southwark) que le rodeaba: justo a su vera levantó Rogers el Neo Bankside, una exclusiva urbanización de viviendas que llegaban a alcanzar los 25 millones de euros. 

El nuevo edificio, denominado Tate Modern Switch House, aumenta el espacio del museo en un 60%, una necesidad acuciante ante la avalancha de visitantes que llegan a sus puertas (5,7 millones el año pasado, por curiosidad he mirado los que tuvo el Reina Sofía, colega madrileño de la Tate, que fueron 3,2, y los del Guggenheim bilbaíno: 1,1) y la única forma que tenía para expandirse era hacia arriba, como una suerte de furioso volcán que emergiera empujado por pulsiones tectónicas y telúricas de magnitud desmedida (vaya, hoy tengo el día poético). Aunque en un primer momento la ampliación iba a tener fachadas cristalinas, los arquitectos, con buen criterio, quisieron hacer toda una declaración de intenciones (bastante cristal tenían ya los modernos edificios adyacentes, bastante transparente es ya nuestra sociedad, que por mucho que le guste a Snowden ya agobia tanta exposure) y volvieron la mirada a la construcción original, de ladrillo puro y duro (justo al contrario que Snøhetta en San Francisco), envolviendo su pirámide de cemento con una piel cerámica que asemeja, en palabras de Oliver Wainwright, a una cota de malla (no te pierdas su artículo, con una foto del "bulevar vertical", una bella escalera que trepa por el interior de la pirámide y otra, con más morbo, de los cristalinos apartamentos del Neo Bankside -los de 25 millones- que quedan expuestos a las vistas de los curiosos desde la Switch House, a la que acompaña este demoledor comentario: "puedes observar las desoladas y vacías vidas de lujo encargado por e-mail tan estériles como una batería de depósitos apilados de Damien Hirst" o, ya puestos, una versión moderna de un cuadro no menos desolado y vacío de Edward Hopper). Quién sabe si, buscando otras similitudes, los suizos quedaron tan impresionados con el no menos imponente edificio de la LSE diseñado por O´Donnell+Tuomey también en Londres que se decantaron por el ladrillo para la ampliación. 

¿Gustará el severo, oscuro y opaco edificio? Rowan Moore da una respuesta que habría encantado al Breuer de Sol y Sombra: "El precedente del Tate Modern original, también severo por fuera, pero alegre por dentro, muestra que un edificio no tiene que ser grotesco y adular (¿lo dirá por la ampliación del SFMOMA?) para caer bien. En esta y otras obras, a Herzog and De Meuron les gusta presentar un momento protestante de negación previa al placer, de rechazo previo a la acogida, de severidad previa a la generosidad. Es parte de su visión del mundo, diferente de la mayoría de los arquitectos, en la que el deleite y la belleza coexisten con aspectos de la existencia más problemáticos o misteriosos". Casi nada. Wainwright lo tiene también claro: la presencia "inquietante" del edificio es un añadido poderoso a la ciudad, a la vez seductor y amenazador (también para él los contrarios se encuentran en la Switch House), "un contenedor adecuadamente desafiante para el trabajo que acoge en su interior".  Deyan Sudjic, en un artículo sobre la ampliación que hoy publica El País, es directamente entusiasta: "Es una obra extraordinaria desde todos los puntos de vista, como arquitectura, como creación de un espacio, como institución capaz de hacer que florezca el arte y atraer a todo tipo de públicos. Y sobre todo, es una reafirmación llena de optimismo sobre las posibilidades de la arquitectura".

La Serpentine de BIG
Menos sombrío pero no menos contradictorio también nos encontramos en Londres con ese arquitecto estrella, más cool imposible, portador de una envidiable pinta de juventud permanente y no menos permanente buen rollo, como si siempre acabara de volver de unas largas vacaciones en Ibiza. Nos referimos, claro está, a Bjarke Ingels, que acaba de estrenar (el viernes) su pabellón temporal de la Serpentine, una suerte de ola pixelada de fuerza desmedida llena de trampantojos: según como la mires parece opaca o transparente gracias a la estructura en forma de cubos huecos de fibra de vidrio. Es obvio su homenaje al ladrillo, que queda mágicamente desvanecido en transparencia: de nuevo una fábula arquitectónica que haría las delicias de Snowden. Y de nuevo los contrarios de Breuer y H&dM aunados pero en este caso sin angst calvinista, que a BIG lo que le va es el cachondeíllo ilustrado: ellos lo llaman bigamia, si no eres capaz de optar entre dos conceptos contrarios, pues oye, te quedas con los dos y punto. Pues cojonudo. Para mí que hay grupos políticos de por aquí que han tomado nota de la idea. Por cierto que a finales de junio tendremos a Ingels en Pamplona, en el cuarto congreso de Arquitectura y Sociedad con el título de Arquitectura: Cambio de Clima y donde tendrá ocasión de reunirse con su antiguo jefe, nada más y nada menos que Rem Koolhaas, y, con, lo que son las cosas, de Meuron (qué lujazo de congreso, lo que daría por poder ir): con semejantes agents provocateurs va a arder la capital navarra. 

Me despido descolgándome con frase lapidaria: Cada vez está más claro que el futuro es de aquellos que sepan surfear en los oxímoron.

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