domingo, 24 de mayo de 2015

El tiempo entre costuras

"Tratamos de crear una situación en la que lo viejo y lo nuevo pudieran trabajar suavemente juntos"
El diablo, el papa (el anterior) y Koolhaas visten de Prada. El  holandés, que ha trabajado a menudo con la empresa italiana creando sus tiendas insignia en Los Ángeles y Nueva York, un pabellón temporal en Seúl que podía rotar e incluso varias pasarelas para desfiles (diseñadas por AMO, el think tank de OMA), acaba de estrenar en Milán la Fondazione Prada, un museo a mayor gloria de la centenaria firma. Puedes ver al holandés aquí posando junto a los Prada y Matteo Renzi en la fiesta de inauguración del museo a la que asistieron glamurosas celebrities del mundo del arte como Damien Hirst, Steve MacQueen, Obrist, Kapoor o Dasha Zhukova (con quien Rem ha trabajado en el museo de arte contemporáneo Garage de Moscú). Me tienta, y mucho, hablar de algunos de sus alucinantes estilismos, pero eso sería demasiado off-topic.

Centrémonos en el museo. OMA ha cogido una antigua destilería desperdigada en varios edificios a las afueras de Milán y  le ha dado una vuelta renovando los antiguos pabellones y creando tres nuevos: el llamado edificio Podium, que albergará exposiciones temporales, un cine envuelto en espejos (donde estos días se proyecta un documental sobre Prada a cargo de Polanski) y una torre de hormigón, aún no finalizada, que será una especie de silo donde se almacenen obras de arte. Teniendo en cuenta la gran extensión del campus (el doble de grande que el nuevo Whitney), sorprende la necesidad de construir en altura, pero por supuesto Koolhaas lo explica: "Por alguna razón el arte se siente diferente a ras de suelo que en un piso 10". Pues claro. Los sobrios almacenes preexistentes son tratados por Koolhaas, como él mismo recalca, con el máximo respeto. Buena muestra de ello es la piel dorada (es una lámina de oro de verdad) con la que ha envuelto uno de ellos, el que el propio arquitecto denomina "Casa encantada" por el estado calamitoso en que se encontraba. Gracias a esta respetuosa intervención el adusto edificio tiene ahora un cierto aire a nightclub de carretera.

El objetivo del proyecto, volvemos a citar al autor de S, M, X, XL, es la interacción entre lo nuevo y lo viejo: "Aquí lo nuevo y lo viejo se enfrentan entre sí en un estado de permanente interacción. No están pensados para ser vistos como una unidad. No trabajamos con el contraste sino con lo contrario, tratamos de crear una situación donde lo viejo y lo nuevo puedan trabajar suavemente juntos, y de hecho aparecen a veces fusionados de tal manera que no puedas distinguir en ningún momento si estás en una situación nueva o vieja. Esa fue exactamente nuestra ambición" (parece un consejo para los futuros gobiernos, previsiblemente fragmentarios, que salgan de las elecciones de hoy: ¿Sabrán nuestros políticos hilar tan fino?). Lo de trabajar suavemente juntos (seamlessly es la palabra que usa el arquitecto, esto es, sin costuras -seam-, de manera fluida, sin interrupción), no acabamos de entenderlo viendo algunas de las fotos, que muestran unos tremendos costurones que recuerdan a la desdichada criatura ensamblada por Victor Frankenstein. Y por cierto, más sorpresas: la cafetería está diseñada nada menos que por Wes Anderson, el director de El gran hotel Budapest, en su inigualable estilo.

Aunque haya dado la impresión contraria me gusta el proyecto, me encantaría verlo. Koolhaas, de nuevo como Frankenstein, ha dado vida a un conglomerado de edificios muertos y sin valor que eran carne de piqueta. Lo único que nos gustaría es que, de una santa vez, hubiera coherencia entre lo que dice y lo que hace. A veces tengo la sensación de que se cachondea vilmente de nosotros. En fin, asumiremos que nunca le acabaremos de comprender, y a lo mejor es por eso precisamente por lo que, en el fondo, nos gusta. Al fin y al cabo, como recordaba Enrique Vila-Matas en un soberbio artículo ayer en El País, Einstein decía que lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible.







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