viernes, 18 de julio de 2014

Lunes en Rotterdam




Rotterdam fue una ciudad rota. De alguna forma lo sigue siendo. Su arquitectura última, ultramoderna e impactante oculta histéricamente su penoso pasado reciente: fue arrasada en la Segunda Guerra Mundial cuando, el 14 de mayo de 1940, 90 bombarderos alemanes arrojaron sobre ella 97 toneladas de bombas. Frente a la típica arquitectura holandesa de pequeñas casas como de juguete, estrechas y de formas amables en ciudades con calles igualmente mínimas, Rotterdam exhibe unas calles exageradamente amplias, una arquitectura cuajada de hirientes aristas y unos rascacielos no menos desaforados y desafortunados. Rotterdam es la menos holandesa de las ciudades del país, y te deja un poso amargo. Da la sensación de que sus raíces han sido brutalmente extirpadas y sobre el doloroso vacío se ha querido construir una arquitectura alienígena que conduzca a una catarsis colectiva de olvido y redención. Me da que no se ha conseguido.



Paseando por la enorme avenida Westzeedijk en busca del Kunsthal de Koolhaas (qué decepción, encima era lunes y estaba cerrado, si hubiera podido entrar seguro que me habría gustado más) la sensación es de estar en una ciudad alienada y alienante, percepción que aún se acentuó más al acercarme al Het Nieuwe Instituut de Jo Coenen, otra decepción, qué edificio más inhóspito y cortante.


Cutting-edge architecture (y que lo digas)


La ciudad de las cicatrices invisibles, el tercer puerto más grande del mundo, siempre depara sorpresas arquitectónicas, aunque haya que tener estómago para asimilarlas. Su tendencia a las tallas XXL viene de lejos, ya en 1898 la Witte Huis, muy cerca de las Casas Cubo (otra famosa follie de la ciudad) fue el edificio de oficinas más alto de Europa (con 43 metros...), y uno de los pocos en sobrevivir a los bombardeos nazis. La última adquisición de la ciudad en este terreno es el De Rotterdam, de Rem Koolhaas, arquitecto que nació aquí y aquí tiene su estudio. De casta le viene al galgo. Por cierto que el masivo rascacielos (tiene unos modestos 150 metros de altura pero se extiende 100 metros) acaba de ser declarado el mejor edificio alto de Europa (el año pasado obtuvo el mismo galardón a nivel mundial otra torre de OMA, la CCTV china). La torre holandesa no fue muy bien recibida por la crítica especializada, como aquí comentamos en su momento. Sea como fuere el edificio, junto al resto de las delicatessen arquitectónicas que se van levantado en el muelle Wilhelmina (a cargo de Foster, Piano, Siza, etc), y el puntiagudo puente de Erasmo (otro ilustre oriundo de la ciudad), se han convertido ya por derecho propio en la postal oficial de la ciudad.



La arista es bella podría perfectamente ser el lema de Rotterdam, aquí ya has visto granados ejemplos, pero las de la recientemente inaugurada Estación Central se llevan la palma.

Si Maaskant levantara la cabeza...


Pasaría perfectamente por un diseño de Libeskind, pero es de una UTE local formada entre otros por Benthem Crouwel, antes muertos que sencillos (autores también del museo Stedelijk de Amsterdam), y West 8, expertos en paisajismo (participaron en el  proyecto Madrid Río).





En fin, Rotterdam no es país para espíritus sensibles, como te habrás dado cuenta. Le deseamos a la ciudad que encuentre la paz consigo misma y que la arquitectura (una quizás algo más amable) le ayude a exorcizar sus fantasmas más profundos.








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